Terminé de leer "El hombre inquieto", la historia con la que Henning Mankell se despide junto al lector de su personaje Kurt Wallander.

La historia se resume en lo siguiente: un marino retirado con funciones de jerarquía en submarinos que controlaban aguas suecas en el período de la Guerra Fría desaparece. Luego, desaparece su esposa y el cuerpo de la mujer es encontrado con indicios de suicidio.

Una de las preguntas que surgen al leer la novela es si Henning Mankell sintió el mismo temor o angustia frente a la muerte que Kurt Wallander. El libro es extraordinario. La última historia de Wallander ofrece pantallazos de historias anteriores y el estilo magistral de Mankell para narrar la historia.

Para quienes siguen historias policiales en la pantalla, no encontrarán la típica investigación de CSI en la que se le hace el ADN hasta la mínima partícula biológica encontrada en la escena del crimen. Nada de eso. Wallander rastrea la historia de los personajes a través de interrogatorios fascinantes. Da la impresión de que la mentira queda expuesta al tratar de armar la imagen, o mejor dicho, el rompecabezas con cada trozo generado en cada interrogatorio. Al armar el rompecabezas, Wallander encuentra piezas que no encajan. Ahí, el olfato de Wallander no le da respiro y lo obliga a seguir investigando.

A todo esto, las limitaciones de Wallander no lo abandonan. A su diabetes se le acerca la noche negra del Alzheimer. El terror se apodera totalmente de Wallander cuando no reconoce a su propia nieta.

El narrador entonces avisa que quizás le quedan cerca de 10 años con su hija Linda y Clara, su nieta.

Para el lector, por lo menos en mi caso, es triste porque en este último libro termina el derrotero de 10 u 11 historias que me acompañaron. Vi a Wallander joven, inexperto, y de la mano de Mankell, veo el final de un hombre que se siente enfermo, viejo y cuestionando muchos ítems de su pasado.