Levaduras, científicos y otras yerbas

Historias que involucren levaduras, aventuras del pensamiento y unos mates.

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Docente e investigador

Thursday, July 03, 2008

Carlos Finlay (1834-1915) y la fiebre amarilla.

En un baño del colegio secundario encontré una frase que siempre recuerdo con interés.

La frase decía: “todo lo que sé; se lo debo a mi ignorancia”. ¿A qué viene esta frase?.

Paso a explicarme.

Más de una vez me he encontrado con informaciones o datos que han llamado mi atención y que poco a poco fueron expandiendo mi conocimiento.

Pero el motor inicial siempre fue una mezcla de curiosidad e ignorancia.

Hace unas semanas revisaba libros usados en una librería de la avenida Santa Fe. En una de las pilas di con un compilado de la revista Selecciones del Reader´s Digest del año 1944. En este número se reeditaban los artículos de más impacto entre los años 1940-1944. Así pues hojeando el libro di con una nota interesante titulada “Carlos Finlay: Pasteur olvidado de América”.

Compré el libro para leer la nota con detenimiento.

¿Quién fue Carlos Finlay? Empecé a leer para enterarme el porqué del título del artículo.

Finlay nació en la Isla de Cuba en el año 1834. Hijo de padre inglés y madre francesa recibió su educación en Europa y en el Jéfferson College de Filadelfia. Se recibió de medico en 1855. A su regreso a la Habana ejerció un tiempo medicina y luego de hacer cursos en Lima y París decidió radicarse definitivamente en la isla.

No eran pocos los problemas sociales que atravesaba esta isla. Una guerra entre los Estados Unidos y España había hecho que miles de soldados se instalaran en la isla. Sin embargo a pesar de la guerra morían más soldados de fiebre amarilla que de las luchas armadas.

Entre la comunidad de médicos e investigadores que trataban de encontrar una cura para la fiebre amarilla no había una idea clara del origen de la enfermedad o cómo se transmitía. Finlay había trabajado en el tema más de diecinueve años y según sus observaciones el causante de la fiebre era … “un mosquito”. Actualmente esta idea puede resultar obvia pero no era el caso en esos años. Ahora sabemos que la enfermedad es causada por un virus y que el mosquito Aedes aegypti, es el vector de transmisión.

Para entonces el gobierno americano envió a la isla a Walter Reed con indicaciones de terminar con esta plaga. Una orden fácil de dar pero difícil de cumplir. La situación era de tal gravedad que Reed decidió, casi como última alternativa, “adoptar” la idea de Finlay para iniciar investigaciones.

El relato de las investigaciones está admirablemente descripto en el libro Cazadores de Microbios pero resumiendo podemos decir que Reed utilizó seres humanos para hacer los experimentos. La idea era hacer picar a las personas y observar si desarrollaban la enfermedad. Claro está que algunos podían morir pero esa fue parte de la decisión que asumió Reed. Resultado de estos trabajos quedó demostrado que el agente transmisor era un moquito. El combate contra este insecto permitió terminar o morigerar la epidemia.

Luego de leer la nota me quedan algunos puntos para señalar. ¿A qué se debió el éxito de la estrategia de Reed?

Pienso que fue fundamental que Finlay fuera tenaz en su hipótesis. Una hipótesis creativa u original. Investigar a veces requiere de una buena dosis de creatividad para avanzar con nuevos experimentos. Por otra parte Reed mostró una sólida determinación y pragmatismo para organizar los experimentos. ¿Qué pensaría al planear esos experimentos sabiendo que muchos voluntarios podrían morir? Hoy esos experimentos serían inadmisibles pero no es con los ojos de hoy que debemos mirarlos.

Finalmente es importante reconocer que para solucionar un problema no parece ser necesario conocer “exactamente” su naturaleza o causa. El causante de la fiebre amarilla es en definitiva un virus y este se puede eliminar, por ejemplo, con vacunas. Pero una buena actitud o procedimientos sanitarios (léase por ejemplo limpieza para que el agua contaminada no facilite la reproducción de mosquitos, etc) puede eliminar definitivamente un flagelo o evitar que cause estragos sociales.